
Hay escritores que no dicen verdades, sino que despiertan verdades que ya se encontraban en nosotros. Desde que descubrimos sus novelas y nos golpean sus palabras, nos acompañan siempre. Aveces no sólo con sus libros, sino con sus vidas íntegras y con la trascendencia de los artistas que dan grandeza a su cometido, sabiendo obrar sin pausas y en silencio, armados sólo con su honestidad y bajo la disciplina férrea de sus principios, inquebrantables. Sus nombres siempre estarán escritos con letras de oro no sólo en el universo de la narrativa, sino en la memoria de los que escriban con posteridad la historia misma.
En este lugar es donde reside el escritor argentino Ernesto Sábato, uno de los escritores más completos y atractivos de la historia de la literatura. Ensayista, novelista, anarquista, humanista, exiliado, eterno militante político y un ser humano ejemplar, el longevo escritor, que cuenta ya hoy con 99 años, puede presumir de realmente amar su trabajo y dedicar enteramente su vida a la escritura, sin esperar nada a cambio, utilizando el pensamiento y la palabra como vehículo de salvación del sufrimiento de la existencia. Si se consagró a descifrar y moldear la luz y las sombras del mundo, esas que tanto abundan en su narrativa, no sólo con sus actos sino con sus palabras, es porque no tenía más remedio: Quería ser escritor o ser nada.
Su vida ya es bien conocida, en 1945 abandonó una prometedora carrera y una vida acomodada como físico en el campo de las radiaciones atómicas, en el laboratorio Curie, para irse a vivir a un rancho en la provincia de Córdoba, en Pantanillo, sin luz y sin agua, y dedicarse así enteramente a la literatura. Empezó escribiendo ensayos que pronto vieron la luz en los periódicos, hasta que después de varias negativas de editoriales finalmente en 1948 publica su primera novela “El túnel” con la que logra un temprano éxito, y sin embargo como cuenta el escritor, al igual que ocurriría a Kafka, muchas veces su mujer y sus amigos tuvieron que salvar esta novela y sus escritos posteriores del fuego.
Con firmes convicciones políticas que le hicieron dudar en su juventud del comunismo de Stalin y por las que tuvo que huir a París, siempre ha sido Ernesto Sábato un invariable activista político, desde su incursión como secretario General de la Federación Juvenil Comunista, hasta su papel como constante defensor del anarquismo bajo la influencia de Tolstoi o Proudhon. Destaca también su trabajo en la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) durante la dictadura argentina.
Sin embargo su éxito como escritor se lo debe a “Sobre Héroes y tumbas” su segunda novela e indiscutible obra maestra publicada tardíamente en 1961, trece años después de “El Túnel”. Esta obra no sólo brilla por significar la madurez como estilo del autor sino por su complejidad en cuanto a forma e historia. Sobre Héroes y tumbas cuenta, aveces en primera persona a veces el narrador es un personaje alter-ego del autor llamado Bruno, la historia de la familia aristócrata argentina Vidal Olmos, centrándose en la vida de la misteriosa Alejandra y su desafortunada historia de amor con el adolescente Martín. La historia se entremezcla a su vez en su último tramo con el relato de la muerte del General Juan Lavalle, héroe de la Independencia de la turbulenta historia de Argentina.
La segunda parte del libro, y lo que lo hace fascinante y original es que contiene otra historia que incluso fue publicada como una pequeña novela aparte, ya que se puede leer con independencia de las otras dos que componen la obra: “El informe sobre ciegos”, este es el relato en primera persona de Fernando Vidal Olmos, el “infant terrible” de las novelas de Sábato, este es el padre de Alejandra, y en su relato, que sorprende por su tono cínico, crítico y provocador, encontramos una narración oscura y febril de corte detectivesco, centrada en las investigaciones de Vidal Olmos de una secta dirigida por ciegos, en la línea del mejor Edgar Allan Poe. Por el informe sobre ciegos, incluso pasa la interpretación libre que da Vidal Olmos de la historia de “El Túnel”, ya que uno de sus protagonistas también es ciego, obsesión recurrente de Sábato y por la que muchas veces ha sido preguntado. Hilvana así su autor magníficamente sus dos obras a través de su personaje creando unosmundos dentro otros en su propia literatura.
No tardó esta novela en ser considerada una de las mejores del siglo XX y darle una merecida fama a su autor. Su trilogía fue cerrada por “Abbadón, el exterminador” en 1971 y seguida siempre espaciadamente, por sus últimos ensayos autobiográficos: “Antes del fin” “La Resistencia” (primera novela publicada “on line” como regalo a sus lectores antes de salir editada en papel) y “España en los diarios de mi vejez” ya en el año 2004.
Siempre responsable, siempre lúcido, siempre honesto y crítico, oscilante entre la desesperación y la esperanza, representando perfectamente a través de las palabras la dicotomía del ser humano, un ser humano que ha colgado los cuadros de Goya de los museos, así como el cartel de “El trabajo os hará libres” en Austwitch. Esa es la realidad que ha retratado magníficamente este autor en sus obras.
Pero Sábato no es tan solo un brillante escritor. Siempre ha encontrado las palabras para aleccionar y hacer firmar compromisos a los protagonistas de la historia, que somos nosotros mismos. Una historia conducida por casi cuatro generaciones ya que han leído sus obras, y de las que espera que sean capaces de seguir complaciéndose con el arte y la utopía como espacios donde se manifieste la libertad individual y colectiva. De las mismas generaciones, a las que Sábato guarda especial afecto a lo más jóvenes, se dirige en sus últimas obras, ellos son los que han hecho al escritor argentino encontrar, en sus propias palabras, su “Esperanza desmedida” y las que deben elevar el espíritu del ser humano y adquirir con él una “comunión entre hombres” adquirir el compromiso, palabra que gusta mucho al ensayista, de encontrar espacios donde aún se puedan compartir las palabras y donde podamos hacer el dolor del otro nuestro, y este sea el único acto puro, la certeza de que aún seguimos siendo hombres.
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